Del odio y otros vicios

La vena gamberra del cine moderno llega
hasta el corazón de unos pocos realizadores. El derribado Guy
Ritchie hoy llora porque su primer tercio de filmografía ya no es
una marca de estilo, sino un legado consumado; Quentin Tarantino se
aleja cada vez de su firma, que, aunque no propia, parecía
homenajear con algo de estilo, y por ahí andan desperdigados los
trazos de Joe Carnahan en su intento de emular algo mínimamente
parecido. Sin embargo, Ritchie siempre ha necesitado vincular la
esencia cultural de Inglaterra a su universo particular. Londres, en
su cine, es la cuna de la tontería, de los errores y de la
desfachatez. Y si alguien conoce algo de la desdichada naturaleza
humana ligada a sus raíces, ese es Irvine Welsh. Natural de
Edimburgo, traslada alli, o a cualquiera de sus arterias
sub-urbanas, sus peculiares tragicomedias, sus cuentos sobre la moral
apagada, la ética inexistente y el descenso a los infiernos. Se
trata de un autor que escribe obras aparentemente apaisadas,
ci…